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viernes, 15 de abril de 2011

Viñas o los últimos argentinos del siglo XX


Las cenizas del escritor David Viñas fueron esparcidas en el Río de la Plata el pasado 24 de marzo, fecha en que se cumplía el 35 aniversario del comienzo de la dictadura que arrojó a sus aguas a muchos desaparecidos y asesinados. El narrador y crítico argentino había manifestado ese deseo: dos de sus hijos, los militantes políticos María Adelaida (22 años) y Lorenzo Ismael (26 años), desaparecieron durante el régimen militar (1).

Ese signo trágico de los muchos sembrados por la dictadura también alcanzó a Viñas, cuya muerte en Buenos Aires a los 83 años fue valorada por un grupo muy amplio de la intelectualidad argentina, de diferentes generaciones, como la pérdida de un referente que enseñó a leer la literatura argentina de otra manera. Viñas será recordado en la Feria del Libro que comienza en Buenos Aires el 20 de abril y ya fue homenajeado en Facultad de Filosofía y Letras de la que fue profesor y en la Biblioteca Nacional en un acto en el que se refirieron a su obra escritores y críticos como Noé Jitrik, Beatriz Sarlo o Ricardo Piglia, entre otros. “Muchos le debemos mucho”, señaló el novelista Martín Kohan, quien subrayó ese sentido de deuda intelectual como el sentimiento predominante provocado por el fallecimiento del escritor.
DAVID VIÑAS
La literatura argentina leída de otra manera.

Abrir caminos. Viñas: un autor fundamental, irrepetible, una ambición literaria totalizadora pero atenta a la singularidad, un crítico y polemista tenaz, contradictorio y apasionado, un profesor originalísimo, un narrador de Buenos Aires, creador de una inflexión lingüística propia, un hombre de la izquierda argentina en sus diversos avatares.

La obra de Viñas atravesó el siglo veinte del país, y en particular su literatura, por aquellos sitios en los cuales había una posibilidad de abrir caminos y miradas nuevas en relación con lo dado en los años cincuenta: la canonización de Sur como punto culminante de la cultura argentina abierta a las luces del siglo, el cansado realismo de la novelística vigente, una indagación a fondo del país cuya última estación había sido la obra de Ezequiel Martínez Estrada.

Como mirada nueva, no todos sus instrumentos fueron infalibles, aunque la voraz aproximación de Viñas a la literatura argentina (inseparable, en su interpretación, de círculos de sentido más amplios, que abarcaban la historia social y política del país) y su capacidad y sagacidad analíticas casi siempre lograban lecturas estimulantes.

Fundador en 1953, junto con su hermano Ismael, de la revista Contorno, en la que publicaron escritores de su generación inspirados en el marxismo y el existencialismo, Viñas colabora allí con sus escritos hasta 1958. La revista, influenciada por los parámetros que trazara Jean-Paul Sartre en ¿Qué es la literatura? (1948), marcó también una divisoria con el pasado y tuvo influencia en un grupo destacado de intelectuales, desde León Rozitchner a Oscar Massota o Juan José Sebreli, que más adelante tomarían caminos intelectuales y políticos diversos.
Había llegado a esa experiencia  de ruptura después de su formación juvenil en un colegio de curas y en el liceo militar, de donde fue expulsado, vivencias ambas que reaparecen en parte de su obra narrativa. Uno de sus abuelos participó en la conquista del desierto y ese extermino del indio resuena en la obsesión del Viñas ensayista  acerca de la frontera: social, corporal, ideológica.

Hijo del juez yrigoyenista Pedro Ismael Viñas y de Esther Porta, fallecida prematuramente y descendiente de una familia que como tantas huía de la persecución contra los judíos de Odessa, Viñas se aboca desde la época de Contorno a desentrañar el cruce entre liberalismo del XIX, oligarquía y violencia, fundante en el país, y el modelo de escritor “burgués” cuyas obras escudriña con amplitud y asombroso registro textual.

El revés de la trama. El repaso de la obra crítica de Viñas, desde La crisis de la ciudad liberal (1963) y su inaugural y fértil Literatura argentina y realidad política (1964) a De Sarmiento a Cortázar (1971), Grotesco inmigración y frontera (1973), Indios, ejército y frontera (1979), De Sarmiento a Dios (1998), además de la dirección de una historia de la literatura argentina, traza un surco de lectura en el que las obras son indagadas desde el revés de la trama, una forma de abordaje que contribuyó a la formación de varias generaciones de lectores argentinos.

El escritor en la época de Dar la cara (1962)
La novelística arrancó en 1955 con Cayó sobre su rostro, y siguió con, entre otras, Un dios cotidiano (1957), Los dueños de la tierra (1958), Dar la cara (1962), Hombres de a caballo (1967), o Cuerpo a cuerpo (1979), escrita en el exilio. Un conjunto dispar, animado siempre por una escritura de raro énfasis, capaz de trabajar el habla de los personajes con la misma minucia y respiración que la prosa del narrador.  Dos veces recibió el Premio Nacional de Literatura, por Dar la cara y por Jauría (1971).

Viñas escribió además varios guiones para el cine, El jefe (1958) y El candidato (1959), películas dirigidas por Fernando Ayala, y La Patagonia rebelde (1974), del realizador Héctor Olivera. Y en su obra como dramaturgo asomó más explícitamente la preocupación por los personajes de la historia: Lisandro (1972), Tupac Amaru (1973) o Poder, apogeo y escándalos del coronel Dorrego (1986).

Con cercanía lúcida, la ensayista Beatriz Sarlo dice de Cuerpo a cuerpo: “Basta hojearla para descubrir un texto extremo, fuera del mercado, fuera del horizonte de los lectores: pura literatura, cuando la literatura es pura precisamente por no serlo, por tragarse todo: ideología, política, sexualidad, perversión, violencia. Pura literatura que busca contaminarse con todo”. Una observación que podría ampliarse al camino experimental que el Viñas narrador emprende desde entonces, pasando por Prontuario (1993) y Claudia conversa (1995)  hasta llegar a su última novela, Tartabul (2006).

“Era el libertario orden de la ciudad secreta, que veía como la prolongación de su cuerpo, con la idea de que tener un cuerpo es tener un estilo”, señala el ensayista Horacio González. “Entidades macizas, la historia, las clases sociales, la política, el teatro, los amores, a todo lo sometió a una investigación sobre el estilo, o sea, al modo en que los hombres escriben en su charla los signos de su sobrevivencia o de su muerte”.

El escritor Luis Gusmán alude por su parte al lugar de esa obra: “La escritura de Viñas era una escritura de fronteras, estaba siempre expuesta a la intemperie, tenía el ruido del malón y la soledad del desierto. En lo urbano, se ocupó del sainete y del cocoliche, otra forma del ruido y de la marginación”.

A contrapelo. Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX es la narración final,  “cima joyceano criolla”, según el escritor  Guillermo Saccomanno: fragmentos del habla a través de seis personajes descentrados, de los que el escritor  decía, en una entrevista realizada a propósito de la publicación del libro (Página 12, Silvina Friera): “Mis personajes son una colección de heterodoxos, de tipos a contrapelo, que te diría es la única gente que me interesa. Quiero recuperar el contrapelo que había en los años setenta, la gente que se obstinaba con la disconformidad, los que decían: `Esto así no me convence, hay que buscar una alternativa´. Son personajes anti-rutina, porque han resuelto vivir a contrapelo de su comodidad. Obstinarse en eso me parece que es lo que vale la pena”.

Polemista constante, Viñas sometió a su análisis a las figuras emblemáticas, de Sarmiento a Cortázar o Borges. Sobre este último, señaló así un fenómeno derivado de su obra: “No es tanto ya la producción de Borges, sino el borgismo, que es una especie de sociedad anónima que se ha encargado de obliterar, congelar toda la situación de la producción literaria y cultural”.

En una reedición de Literatura argentina y política (Santiago Arcos editor, 2005), el autor agrega a ese libro un ensayo final,  Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra. Allí dice: “Si recorremos por última vez la cartografía de la literatura argentina a partir de sus contradictorias relaciones con la política y el Poder se podría ir formulando —al evaluar las diversas prácticas de Walsh— una suerte de ecuación: a mayor criticismo y heterodoxia, mayor riesgo de sanción. El típico estar fuera de lugar de los escritores heterodoxos de la Argentina al estilo Martínez Estrada debería traducirse aquí como un réquiem o un epitafio”.
Una pasíón por la palabra mantenida hasta el final.

Núcleos de cada tema. Viñas vivió exiliado durante la dictadura militar cerca de Madrid, en El Escorial, y posteriormente en México. En España publicó el libro ¿Qué es el fascismo en Latinoamérica? y en ese país recibió la noticia de la desaparición de los dos hijos que tuvo con María Adelaida Gigli. Dio clases en Alemania, Dinamarca y EE UU. En 1981 se trasladó a México, donde desarrolló trabajos editoriales  y fue cofundador del sello Tierra del Fuego, hasta que volvió a Argentina en 1984 con el restablecimiento de la democracia; ese año reasumió la cátedra de Literatura Argentina en la Universidad de Buenos Aires.

Desde entonces hasta el final, junto a logros literarios indudables y pese a desmesuras e imposibilidades críticas, asoma un legado intelectual y una figura de gestos característicos.  Como el de subrayar textos, libros, diccionarios, periódicos, otro signo de su amor por la palabra. Para esto: “Subrayar para mí es la posibilidad de memorizar lo que voy leyendo, e incluso es una forma de buscar cuáles son los ejes de cada problema, tratando de hacer una síntesis y hallar los núcleos de cada uno de los temas”.

Como la de otros escritores de su generación, la impronta de Viñas abarcó toda una época, y probablemente se fue apagando con el cambio de siglo. Mantuvo sin embargo una obsesión por el sentido del mundo, de raigambre marxista, una pasión argentina ajena al nacionalismo, una independencia de los poderes oficiales, y reclamó hasta el final “más análisis político” a sus pares frente a la actualidad, conservando su “margen de discrepancia”. 

Hace cinco años le preguntaron si temía a la muerte. Y dijo: “Más que a la muerte le temo al deterioro. La muerte ¡paf! Y al otro lado. Cuando se suicida Horacio Quiroga, una mujer, Alfonsina Storni, dijo: `Bien por tu mano firme´. Firme. Y firme me muero. Está bien, viejo. Hice lo mío”.

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(1) “Es una casualidad que David Viñas haya muerto días antes del 24 de marzo –el 10— pero no lo es que sus cenizas vayan al río hoy, aniversario del golpe. El lugar elegido tampoco es casual: será a la altura del Parque de la Memoria” (Patricia Kolesnicov, Clarín, 24/03/11).

"Viñas, un intelectual irreverente", film de Pablo Díaz (fragmento):